viernes, 14 de mayo de 2010

Creación literaria



Antonio Vidas (Portoviejo, 1970). Poeta radicado en Málaga, España. Tiene a su haber el poemario inédito El arca del ceibo en llamas, que recoge su producción poética desde 1991 hasta la actualidad; obra que se publicará este año en Ecuador. Varios de sus poemas han sido incluidos en el suplemento dominical Séptimo día del diario El Mercurio de Manta y en medios virtuales.



PARA EL ÁLBUM DEL RECUERDO FAMILIAR

Para Santa Ana y los míos

A la vuelta del tiempo vivía mi pueblo.
Caminos mancos de platero traían higos ardientes de astros
y un entierro de coronas verdes en el lomo.

Allí nació un día mi infancia bajo el duelo de las golondrinas
y los almendros de oro que juegan en el parque a las escondidas.
Venía la tarde en silla de ruedas saltando los cerros,
la cadera de arpa del río que llora el ojo elevador del ciego
y entona lingotes de papaya, dientes rubí de la granada.
Entonces caía en el alma la tos polvorienta de la campana,
y un frío velorio de grillos encogía la casa al fondo de la lámpara.

Allí vivió mi madre planchando el cielo en ayunas,
en su petate de tierra que parió nuestras cruces,
donde el molino de aspas verdes del plátano mugen
bajo grises nubes lavanderas que ordeña enero,
en la mañana enyesada del estiércol de la niebla,
y el tiesto corazón se llena con gotas de ajo lento y rocío.

Allí vivió Sophia en la mitad de su muñeca.
Cuenta de sus días el viento como un loro de agua esdrújula
que ya pesa en mi hombro;
en la cometa que sube al cielo llevando cartas,
berrinches de vocales de la cajita musical del recuerdo;
en la mejilla bordada de acuarelas para colorear la tarde,
allá en la loma de las higueras que dijo cuentos extraños;
en la nube que trepa el gato y escarba el cielo
donde, a veces, responde una lágrima...

A la vuelta del tiempo que gira el trompo,
me he sacado los pies siguiendo el asno sin cabeza del camino,
que lleva jergas de plomo, una alforja distante y llena
de la estrella bíblica del cilantro y verrugas del pimiento,
una luna rancia de queso y huevos de los días criollos...
A ver cuántas tumbas de hermanos que, en la mudanza de sueño,
se quedaron dormidos con la puesta de sol de las aldabas...
Arpa en llamas del ceibo de mi grito
que ha llamado al sueño a los últimos pájaros de mi mundo.
Y aquella muerte portera de ojos mansos en la escuela de la vida,
barre el polvo que habito y enseña a fugarme en los dinteles...

Pues aquí nada me cura. Ni la aspirina azul de la alegría.

A la vuelta del tiempo, cruza una tumba de asfalto,
la tórtola oxidada del llanto descalzo de extintos zapatos...




PASILLO GRAVE DEL CIUDADANO

Para el fantasma de V. Amador Flor,
cantor de nuestro valle.


Yo amé esta ciudad un día
porque entonces una angustia del tamarindo en mis piernas,
se saltaba los semáforos del sol, la polio azul de las cosas lejanas.
Y, un viento de coser las torres en la oreja rota de la garza,
¡acurrucado en los zaguanes me dijo que hoy no vendría!

Yo amé el comején de nostalgia que sublevó los balcones del tiempo,
el bombardeo azul de golondrinas con lenguas de piano.
Y fundé en mi hastío la rotonda giratoria del ocaso,
la calle en que pasea de tarde la soledad póstuma de la multitud.

Yo amé esta ciudad de zanjas flotantes y esquinas que aúllan,
verde víspera de la ternura que está en dirección a los niños;
de soñar el sepelio de los días que se acurrucan en los bancos,
de engordar el pan del pavimento por los que no han comido.

Ciudad de estatuas sonámbulas y lenta rosa farmacéutica;
turbio desempleo de fantasma que se alcoholiza en su parroquia.
Ciudad con adobe de mendigos y alas oscuras de periódico
que vocean el réquiem de una tarde que murió hace mil años...

Ciudad y aluvión de unos ojos que amé en otras vidas.
Ciudad de tristezas en huelga porque ella un día vuelva.
Ciudad que en otros ojos, lámparas siento que la lloro.

Yo amé esta ciudad, y tal vez la quiero, -dice la torre ciudadana.
Ciudad con un bostezo de lujo y una alegría descalza;
con grifos que vomitan sed, viudas eléctricas que se apagan.
Ciudad con naranjas cardiacas del mercado y ambulancias,
relojes blancos para el teatro puntual de la tragedia.

Ciudad que hoy siento caminar por otros periplos de la mente,
con un bastón que patina manco en una urbe ajena.
Ciudad de mi angustia y del viento en las torres
que tachó en silencio mis pasos de no encontrarla nunca.
Ciudad de mi juventud y unos ojos que amé en otras mujeres,
en una tarde enferma que sigue muriendo hace mil lluvias...
Ciudad que, en otro amor, manzanas siento que la adoro.

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