jueves, 1 de julio de 2010

Creación literaria





Diana Zavala Reyes (Jipijapa, 1983). Periodista, narradora y teatrera. Coautora del libro Soledumbre (2009). Sus crónicas aparecen en revista como Soho. Actualmente prepara su primer libro de cuentos.



Lágrimas blancas


-Buenas tardes, ¿está Dorita?
-No.
-mmmm, no sé si me recuerdas, soy Nineiby, en Navidad les traje un pomo de crema medicada.
- Vino en una camioneta?
-Sí.
-Ah, ya me acuerdo de usted, pero esa vez llegó con un hombre.
-Ya no trabajo con él, tampoco ando en camioneta. Creo que tu nombre es Luciano, dime ¿a qué hora regresa tu hermana?
- Se fue a la escuela, de vieja quiere aprender a leer y escribir, no llega hasta las cuatro y media, creo que falta bastante, ¿qué hora es?
- Faltan diez para las cuatro, tengo tiempo para esperar si esta vez no te molesta.
Nineiby se sentó en un banquito de madera junto a Luciano, tenía los pies y el blue jean empolvados de recorrer el pueblo ofreciendo lavaplatos líquido. Paseó sus ojos por la sala de la casa tratando de fijar lo menos posible la mirada en Luciano, quien se esforzaba por observarla con el ojo izquierdo mondado, rojizo y purulento. El único que podía abrir.
Ella preguntó sobre la funda con globos policromos que había en la pared. Él respondió que no eran para una fiesta- cosa que en sus 37 años nunca había tenido- los vendía a niños de la escuela. También comentó que su hermana se encargaba de la venta de productos difíciles, que ameritaban medir y pesar.

¿Qué vende?
-Arroz, azúcar, aceite al granel.

A Nineiby le sorprendieron los detalles, en diciembre cuando visitó a los hermanos huérfanos, para su cristiana caridad, Luciano se negó a responder cualquier pregunta, hasta se encerró en la cocina y le dijo a su hermana que no recibiera más extraños.
Nineiby aprovechó la apertura para averiguar qué usaba Dorita en el lavado de platos, era necesario replantear su discurso. A las señoras del pueblo les había hablado de lo importante que es para la mujer no estropearse lavando platos, de lo inolvidable que resulta estrechar una mano suave, hermosa. Las manos de Luciano eran llenas de costras cafecitas que a ratos sangraban. Todo su cuerpo era escamoso, también el de su hermana: los llamaban peces.
-Lava los platos con ese polvo que se le echa a la ropa sucia- comentó Luciano, su ojo goteaba un líquido blancuzco.
- Eso no es bueno para su piel, el producto que cargo-sacó la botella del bolso- no la lastimará. Además puedo dejarle varias unidades más baratas para que haga negocio. Toma, míralo.
-No, casi no puedo ver. Cuando ella venga le hablará de eso, mejor que usted haya venido sola – dijo emocionado.
¿Por qué, te molestan los grupos de gente?
- Me gusta hablar a solas con una mujer- mostró su sonrisa de encías inflamadas y pocos dientes. Eran grandes, torcidos y con mucha masilla.
Ella sacó su celular, consultó la hora. Luciano acercó su banco, le dio una palmada en la pierna, le dijo: Nine, tenemos tiempo.
Nineiby le retiró la mano- la sintió más seca de lo que imaginaba- y notó que sobre el pantalón roído se levantaba el pene.
-¡Jesús!, casi olvido que una señora que vive cerca me pidió volver justo ahora, porque llega el marido y es quien puede comprarme varias botellas.
¿Cuál señora?
Nineiby se levantó, dio la vuelta y avanzó con su bolso lleno de lavaplatos. Se alejó dando pasos largos, perseguida por la imagen de Luciano y sus lágrimas blancas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario